En el Century Magazine se publicó, en 1908, una referencia a
un discurso de Carnegie. Cuentan que, en un banquete, le pidieron que dijera
algo de sí mismo y el magnate, quien fuese el segundo hombre más rico del mundo
que registra la historia, amo y señor del acero, se puso de pie y dijo:
- Nací en una familia pobre, y no cambiaría los buenos recuerdos de mi infancia por los de ningún hijo de millonarios. ¿Qué saben esos niños de las alegrías familiares y del inolvidable recuerdo de una madre que es el mejor refugio de muchos hijos, la mejor cocinera, la mejor maestra, la mejor lavandera y, a la vez, la mujer más bonita, más ahorradora, más angelical y más santa de cuantas ha conocido un hombre en su vida?
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El rey del acero, Andrew
Carnegie, quien fuese el segundo hombre más rico de la historia, tenía la
particularidad de rodearse de gente mucho más inteligente que él. Carnegie,
quien siempre resaltaba que mientras él estuvo al frente de su empresa nunca el
sindicato hizo huelga, le confesó a Napoleón Hill que uno de sus principales
secretos era “la maestría en el trato a las personas”. El amo y señor del acero, señala Hill, se daba el lujo de pagarle a
Charles Schwab, entonces uno de sus jóvenes directivos, más de un millón de
dólares anuales por su gran capacidad para generar “un extraordinario clima de
armonía laboral”. Gracias a ese talento, Charles se convirtió en una de las
primeras personas que trabajando para otro, ganaba anualmente más de un millón
de dólares. ¿Pero en qué consistía realmente ese talento especial del señor
Schwab que tanto apreciaba Carnegie? “Considero – dijo Schwab- que el mayor
bien que poseo es mi capacidad para despertar entusiasmo entre los hombres, y
que la forma de desarrollar lo mejor que hay en la persona es por medio del
aprecio y el aliento. No hay nada que mate tanto las ambiciones de alguien como
las críticas de sus superiores. Yo jamás critico a una persona. Creo que se
debe dar a una persona un incentivo para que trabaje. Soy caluroso en mi
aprobación y generoso en mis elogios.” Así es como el imperio de Andrew
Carnegie atraía y retenía el talento que lo acompañó y ayudó en su camino a la
cima. El millonario de origen escocés, que en 1889 publicó un artículo en el
que indicaba que todo hombre de negocios tenía que tener dos etapas en su
trayectoria: la primera dedicada a amasar fortuna, y la segunda dedicada a
contribuir en obras de caridad, pidió que en el epitafio de su tumba se puedan
leer las siguientes palabras: aquí reposa un hombre que hizo fortuna por haber
tenido la habilidad de rodearse de hombres más inteligentes que él." Ese
fue Andrew Carnegie, uno de los hombres más poderosos que ha visto el mundo,
gigante de la industria y de la filantropía.
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