Luis Banchero Rossi
Tacna, Perú
El joven que a la edad de treinta años ya se había convertido en el hombre más rico de su país, es hijo de una familia de inmigrantes italianos. Luis Banchero Rossi nació en la ciudad de Tacna, al sur de Perú, un 11 de Octubre de 1929, apenas unos días antes de aquel Jueves Negro con el que inició la gran depresión de ese año.
Culminó su educación secundaria a la edad de 15 años e inmediatamente viajó al norte del país, concretamente a Trujillo, ciudad en la que estudió Ingeniería Química. La idea fue de su madre, quien quería que “Lucho” se convierta en un profesional para ayudar en el negocio familiar, una pequeña bodega de vinos y aguardientes.
Ya en Trujillo, ciudad de la eterna primavera, Banchero debió instalarse en la casa de unos familiares, quienes se comprometieron a alojarlo y apoyarlo mientras duren sus estudios.
Los orígenes de este magnate peruano son bastante humildes. Trabajó desde pequeño ayudando en el modesto negocio familiar y una vez universitario no hizo lo contrario. El muchacho había comprendido que su esfuerzo no debía ser como el de cualquier estudiante: debía estudiar, pero además, tenía que trabajar, tenía que generar los recursos para apoyarse y evitar ser una carga en la economía familiar. Había que generar ingresos.
Desprenderse del seno familiar cuando se es un quinceañero exige carácter y es una muestra del espíritu aventurero que se puede tener. Fue con ese carácter con el que Banchero comprendió aquella máxima de la riqueza que dice “para hacer fortuna hace falta empezar a trabajar, poner algún negocio, no importa lo pequeño que en un inicio este pueda ser”. Mientras conocía la ciudad norteña, el joven iba descubriendo las necesidades de la gente e iba madurando ideas con el fin de encontrar una oportunidad y arrancar.
Pronto advirtió que su prima podría hacer jabones en casa. Rápidamente la convenció de encargarse de la producción y el sería el responsable de las ventas. Con el ánimo de vender el producto, el joven visitó todas las bodegas de la ciudad, una por una. Tuvo éxito.
Pero mientras distribuía, encontró que también podría vender aceites, algunas prendas textiles, alcohol, e incluso pedir a su padre que desde Tacna le envíe vinos. El muchacho descubrió un mercado insatisfecho y sin proponérselo se convirtió en uno de los principales abastecedores del mercado local. Llevaba sus productos a las afueras de la ciudad e incluso llegaba a otras provincias vecinas. Y es que este es otro rasgo de los grandes empresarios: Llegar a donde haga falta llegar con tal de vender. No desperdiciar ningún mercado, conquistarlos todos. Y así, de vendedor de artículos menores, dio el salto al mercado automotriz. Había otro mercado insatisfecho. Ahora vendía aceites para carros, repuestos, e incluso autos y tractores para el agro norteño.
Este último negocio lo lleva a la ciudad que le daría todo: Chimbote, una provincia vecina de Trujillo. Allí visitó a su primo Mario Rossi, Ingeniero Químico, quien trabajaba como jefe de control de calidad en una planta pesquera. Esa visita marcó al joven, quien siempre se mostraba atento a las oportunidades. Siempre andaba mirando qué vender, qué necesidad satisfacer. Es en una conversación frente al mar que el primo le cuenta las bondades del negocio pesquero. El muchacho escuchaba inquieto y entusiasmado. Una vez el primo termino de hablar, Banchero cerró la conversación con estas ambiciosas palabras: “Me gusta el mar, no hay que arar o sembrar en él, sólo cosechar”.
El joven no pasaba de 24 años, pero ya era todo un maestro en los negocios. Para el los negocios eran como un arte. Eran su pasión. Banchero era un tipo mentalmente muy maduro, adelantado a su edad. Se codeaba con los grandes empresarios de la zona. Sus amigos eran gente mayor. Y es que el hombre inteligente sabe rodearse de personas de las que puede aprender y de gente a la que, eventualmente, puede convencer para apostar por sus proyectos. A esa edad el joven ya era socio de dos de los más importantes empresarios norteños, con quienes se había asociado para abrir una importadora de repuestos para el sector automotriz.
Entusiasmado con el mar, empezó a averiguar más y más sobre el negocio pesquero. No tardó mucho en conocer todos los detalles, pros y contras, del rubro. Mientras más averiguaba, más se convencía de que la pesca era una mina.
Tacna, Perú
El joven que a la edad de treinta años ya se había convertido en el hombre más rico de su país, es hijo de una familia de inmigrantes italianos. Luis Banchero Rossi nació en la ciudad de Tacna, al sur de Perú, un 11 de Octubre de 1929, apenas unos días antes de aquel Jueves Negro con el que inició la gran depresión de ese año.
Culminó su educación secundaria a la edad de 15 años e inmediatamente viajó al norte del país, concretamente a Trujillo, ciudad en la que estudió Ingeniería Química. La idea fue de su madre, quien quería que “Lucho” se convierta en un profesional para ayudar en el negocio familiar, una pequeña bodega de vinos y aguardientes.
Ya en Trujillo, ciudad de la eterna primavera, Banchero debió instalarse en la casa de unos familiares, quienes se comprometieron a alojarlo y apoyarlo mientras duren sus estudios.
Los orígenes de este magnate peruano son bastante humildes. Trabajó desde pequeño ayudando en el modesto negocio familiar y una vez universitario no hizo lo contrario. El muchacho había comprendido que su esfuerzo no debía ser como el de cualquier estudiante: debía estudiar, pero además, tenía que trabajar, tenía que generar los recursos para apoyarse y evitar ser una carga en la economía familiar. Había que generar ingresos.
Desprenderse del seno familiar cuando se es un quinceañero exige carácter y es una muestra del espíritu aventurero que se puede tener. Fue con ese carácter con el que Banchero comprendió aquella máxima de la riqueza que dice “para hacer fortuna hace falta empezar a trabajar, poner algún negocio, no importa lo pequeño que en un inicio este pueda ser”. Mientras conocía la ciudad norteña, el joven iba descubriendo las necesidades de la gente e iba madurando ideas con el fin de encontrar una oportunidad y arrancar.
Pronto advirtió que su prima podría hacer jabones en casa. Rápidamente la convenció de encargarse de la producción y el sería el responsable de las ventas. Con el ánimo de vender el producto, el joven visitó todas las bodegas de la ciudad, una por una. Tuvo éxito.
Pero mientras distribuía, encontró que también podría vender aceites, algunas prendas textiles, alcohol, e incluso pedir a su padre que desde Tacna le envíe vinos. El muchacho descubrió un mercado insatisfecho y sin proponérselo se convirtió en uno de los principales abastecedores del mercado local. Llevaba sus productos a las afueras de la ciudad e incluso llegaba a otras provincias vecinas. Y es que este es otro rasgo de los grandes empresarios: Llegar a donde haga falta llegar con tal de vender. No desperdiciar ningún mercado, conquistarlos todos. Y así, de vendedor de artículos menores, dio el salto al mercado automotriz. Había otro mercado insatisfecho. Ahora vendía aceites para carros, repuestos, e incluso autos y tractores para el agro norteño.
Este último negocio lo lleva a la ciudad que le daría todo: Chimbote, una provincia vecina de Trujillo. Allí visitó a su primo Mario Rossi, Ingeniero Químico, quien trabajaba como jefe de control de calidad en una planta pesquera. Esa visita marcó al joven, quien siempre se mostraba atento a las oportunidades. Siempre andaba mirando qué vender, qué necesidad satisfacer. Es en una conversación frente al mar que el primo le cuenta las bondades del negocio pesquero. El muchacho escuchaba inquieto y entusiasmado. Una vez el primo termino de hablar, Banchero cerró la conversación con estas ambiciosas palabras: “Me gusta el mar, no hay que arar o sembrar en él, sólo cosechar”.
El joven no pasaba de 24 años, pero ya era todo un maestro en los negocios. Para el los negocios eran como un arte. Eran su pasión. Banchero era un tipo mentalmente muy maduro, adelantado a su edad. Se codeaba con los grandes empresarios de la zona. Sus amigos eran gente mayor. Y es que el hombre inteligente sabe rodearse de personas de las que puede aprender y de gente a la que, eventualmente, puede convencer para apostar por sus proyectos. A esa edad el joven ya era socio de dos de los más importantes empresarios norteños, con quienes se había asociado para abrir una importadora de repuestos para el sector automotriz.
Entusiasmado con el mar, empezó a averiguar más y más sobre el negocio pesquero. No tardó mucho en conocer todos los detalles, pros y contras, del rubro. Mientras más averiguaba, más se convencía de que la pesca era una mina.
Ahora sólo esperaba la oportunidad de incursionar. Una pequeña fábrica conservera, debido a malos manejos administrativos, era ofrecida en venta. Banchero, con 24 años, y gracias al apoyo financiero de uno de sus socios, compró a precio de remate la empresa y la llamó “Pesquera Florida S.A”. Ese fue el inició de su imperio.
Los pedidos no se hicieron esperar y su producto pronto empezó a hacerse conocido en el viejo continente. El mercado internacional se muestra generoso con los que son más competitivos y Banchero no era la excepción: empezaban a llegar pedidos de todas partes del mundo. El joven sabía por experiencia propia que una de las claves de los negocios es conquistar mercados vírgenes. Y así, más temprano que tarde pasó a ser un importante actor mundial en el mercado pesquero.
Ahora los colosos de la pesca sabían que el joven se las traía, y que cualquier descuido de su parte jugaría en su contra. Debían conocer al nuevo príncipe de la pesca. Había que conocer a este joven peruano, saber cómo trabaja y descubrir sus puntos débiles. Por su parte, el muchacho ya había comprendido que mientras más grande es el negocio, más grande y feroz es la competencia. Rápidamente comprendió que su manejo empresarial, si quería arribar a más éxito, debía ser más responsable, más estratégico y eficiente, además había que tener buenos aliados. Los grandes le proponen comprarle el negocio, pero él contesta categórico: “No estoy vendiendo, estoy comprando”. No les vende, pero sabe que tiene que manejar bien la relación con ellos para impedir que le bloqueen los mercados.
La cancha de juego ya no era su país, sino el mundo. En apenas unos años la empresa del joven se había convertido en un imperio, capaz de producir miles de toneladas de harina al año. Siempre atento al panorama internacional, y coincidiendo con aquella sabia lógica de los magnates, que dice “comprar buenas empresas a precio de remate es siempre un buen negocio”, el gigante peruano compró, también a precio de remate, una importante empresa pesquera de California, la poderosa Pesquera del Pacifico Sur S.A; empresa que luego trasladaría a Chimbote, bajo el nombre de Pesquera Humboldt S.A El hombre fortalecía su participación en el mercado, seguía creciendo. Constituyó otras fábricas: Cadena Envasadora San Fernando S.A.; Conservas Miramar S.A.; Pesquera San José S.A.; S.A. de Pesca y Envase Chimbote. Decidió que también debía fabricar sus propias lanchas, así que tuvo su astillero y fabricaba lanchas de fierro de 180 TM en bodega y planeaban pasar la barrera de las 200 TM.
Para entonces ya era un titán de la pesca mundial. “En realidad no me preocupa perder o hacer dinero, lo que no quiero es perder mi capacidad de construir. Eso es lo que me gusta: Construir...”, repetía en los foros a los que asistía.
En 1959, el joven peruano Luis Banchero Rossi, ya le había quitado al empresario norteamericano, Harvey Smith, el título de 1er productor pesquero del mundo. Con 30 años, el muchacho que empezó vendiendo jabones, ya era el hombre más rico de su país, y su complejo pesquero consistía en 7 fábricas de harina de pescado, una conservera y un astillero de 130 embarcaciones. Se calcula que su producción bordeaba las 200mil toneladas anuales de harina. A los 32 años logró que su país, Perú, se convierta en el primer productor de harina pescado en el mundo. Era el empresario más próspero y cabeza visible del sector que más empleo generaba. Todo un hombre de records.
Poseedor de un carisma extraordinario, Banchero bien pudo convertirse en presidente de su país. El tipo era sencillo. Se juntaba con humildes pescadores, de quienes se consideraba amigo y con quienes no tenía problemas para beber un vaso de cerveza o comer un ceviche en el mismo plato. Ese era Banchero, el millonario peruano que también se codeaba con lo más selecto del aquel entonces Jet set internacional, siendo, por ejemplo, el único peruano invitado a la boda del millonario Aristóteles Sócrates Onássis con la ex primera dama norteamericana, Jacqueline Kennedy, viuda del ex-presidente de EE.UU. John F. Kennedy. Según las versiones periodísticas, el regalo que el peruano ofreció a la pareja consistió en “una gallina con dos huevos, todo en oro de 24 quilates con incrustaciones de diamantes”.
“En realidad Banchero siempre fue un hombre admirable con quien se podía beber un vaso de cerveza, pero ver su foto en las revistas de gente donde sólo salían reyes y príncipes, nos llenó de alegría, aunque a él eso nunca le cambió la vida. Siempre fue un hombre bueno y sencillo como nosotros”, Recuerda su ex trabajador en declaraciones que recoge un diario limeño.
El gigante que con frecuencia repetía “yo hago dinero con mi lapicero", como todos los grandes, entendía que mientras más se gana, más se debía invertir. Había que tener cautela, reducir el riesgo, pero invertir. El hombre había empezado diversificar, y empezaba a incursionar en otros rubros. Se había convertido en principal accionista del Banco Comercial del Perú; en el Banco de Crédito del Perú; de Panamericana Compañía de Seguros S.A. y había adquirido Líneas Aéreas Nacionales S.A. LANSA. Constituyó la Empresa Periodística Nacional S.A. para publicar los Diarios “Sur” Y “Correo”, en cadena nacional. Incluso, llegó a invertir en el Futbol: en uno de los clubes más importantes de ese momento, el Atlético Defensor Lima.
En 1968, desde su cargo de presidente de la Sociedad Nacional de Pesquería, alentó y apoyó decididamente la investigación científica oceanográfica, y apoyó el estudio y exploración de las especies marinas desde el Instituto del Mar del Perú. Era un empresario y dirigente comprometido con el desarrollo de su país.
En 1970, un sábado en el que se festejaba el año nuevo, a los 41 años, fue asesinado en su casa de campo ubicada en Chaclacayo, un distrito limeño en el que se había propuesto pasar el fin de semana. Banchero fue fríamente apuñalado, y así se frustraron todos sus planes, todos sus proyectos. Se apagó un liderazgo que entusiasmaba a muchos en el Perú. Su muerte no ha sido del todo aclarada.
Quien fue encontrado responsable del crimen fue el hijo del jardinero de Banchero, un joven que al parecer lo asesinó por envidia. Los estudiosos del caso han señalado que es imposible que un joven de 1.50 de estatura, apuñale y acabe con la vida de alguien de 1.80 de estatura (esa era la estatura de Banchero), que además practicaba karate. Nelson Manrique, investigador peruano, da cuenta que, en realidad, Banchero habría sido asesinado por Altmann, un nazi prófugo de la justicia, quien, al parecer, había sido delatado por Banchero y uno de sus altos ejecutivos, apenas unos días antes del crimen. Atmann lo habría asesinado en venganza.
El empresario peruano, que fue uno de los grandes empresarios de Latinoamérica y ejemplo para las nuevas generaciones de emprendedores, dijo en un discurso pronunciado en la Sociedad Nacional de Pesquería: “Los pesqueros somos hombres de agallas. Soy como un águila. Me gusta volar sólo con mis propias alas". Y vaya que voló. Banchero voló y llegó lejos, muy lejos.
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