lunes, 6 de enero de 2014

LUIS CARLOS SARMIENTO ANGULO, PRESIDENTE DEL GRUPO AVAL



El hombre que hoy posee una fortuna que supera los 15 mil millones de dólares se ha hecho solo. A pulso. La suya es una fortuna de primera generación. No hay nada heredado, no hay favores, ni suerte, sino más bien más de 50 años de permanente esfuerzo. “Mi filosofía es trabajo, trabajo y trabajo”, señala, para luego agregar: “trabajo pensado y nunca vacilar en lo que se quiere”. 

Es uno de los ocho hombres más acaudalados e influyentes de América Latina y ocupa un privilegiado puesto en la lista de los hombres más ricos del mundo. Desde un inicio hay que decir que a temprana edad, Luis Carlos Sarmiento Angulo fue mostrando esas cualidades que convierten a los hombres ordinarios en extraordinarios. Nació en Bogotá el 27 de Enero de 1933. Hijo de una familia de clase media, nunca tuvieron nada de más, pero tampoco nada de menos. Vivieron con lo justo. Eduardo Sarmiento, el padre, se dedicaba al negocio de la madera, y su madre, doña Georgina, era la encargada de los quehaceres del hogar y de impartir la disciplina familiar. 

Todos los hermanos mostraban rendimientos académicos notables, pero él era excelente. El niño brilló desde pequeño. Fue precoz. En sus pequeñas vivencias ya se advertía un gigante: le gustaba ser el primero en todo. Ganar en todo. Casi pareciéndose a esos titanes que señalan que el éxito auténtico no precisa medias tintas, el a donde iba daba la hora. Bueno en la escuela, brillante entre los hermanos, líder entre sus amigos. A los 5 años ya sabía leer. Fue uno de los primeros en demostrar que la responsabilidad era lo suyo: Si decía que a tal hora regresaría de jugar, a tal hora llegaba. Pareciese como si a temprana edad hubiese sabido ese principio de la excelencia que sugiere que no se puede ser perfecto, pero hay que ser más que los promedios. 

Cuando la familia es numerosa y la economía es ajustada, uno experimenta situaciones que lo marcan aún más. Y ese fue el caso. Los Sarmiento Angulo eran nueve, él es el penúltimo: había que ser despierto para defenderse de las bromas de los hermanos y actuar en mancha cuando la calle o el colegio exigía defender a uno de ellos del abuso de algún amigo. Tenían que ser obedientes, pero había que evitar ser el blanco de los “mandados”, y se debía usar la ropa del hermano mayor. Lo que al mayor ya no quedaba, al menor servía. Y esa fue su escuela de austeridad, de apoyo familiar y disciplina. 

La historia demuestra que los hombres de éxito a temprana edad se hacen del trabajo. Y así sucedió: Obtuvo su primer empleo a los 14 años en Radio Difusora Nacional. Luis Carlos es ingeniero civil, pero la contabilidad es otra de sus pasiones. Desde pequeño tuvo interés en aprender todo sobre el debe y el haber, los activos y los pasivos, el flujo de caja y los estados financieros. Con ese conocimiento, a los 15 años, ya había sido contratado como contador. Y aquí uno encuentra otro rasgo de su personalidad: conceder importancia a todo aquello que despierta su curiosidad. No es tan común que la contabilidad llame la atención a un púber, pero el muchacho le dedicó tiempo y vaya que ganó: no sólo aprendió y consiguió trabajo, sino que la contabilidad le serviría como una linterna que alumbra su camino en futuros negocios. 

Luis Carlos nunca ha vacilado. Por ejemplo, en sus memorias da cuenta que desde pequeño supo que quería ser ingeniero civil. Postuló a la Universidad Nacional e ingresó con el primer puesto. Ya universitario rápidamente entabló un acuerdo con su padre, quien sólo debía pagar la matricula porque él se haría cargo del resto de sus gastos: libros, pasajes, etc. Pero pronto el padre se llevaría una grata sorpresa: la universidad le devolvía el dinero de la matricula porque el muchacho era de excelente rendimiento académico y a los mejores la universidad no les cobra. “Quédese con ese dinero mijo, que usted se lo ganó”, le decía el orgulloso padre. 
El joven, que era de moderada y sana diversión, fue siempre partidario del hábito del ahorro, fue selecto para elegir a sus amistades y fino para elegir a la pareja que lo acompañaría por el resto de su vida. Y es que los jóvenes que son realmente maduros y listos son así: saben que las grandes amistades nacen en la niñez y en la juventud, conocen aquel principio de vida que establece que los amigos son los hermanos que uno elige, porque te ayudan o te estancan, te potencian en la buena conducta, o te descarrilan. Así que el muchacho fue inteligente en hacerse de dos agrandes amigos a quienes más adelante llamaría para iniciar su proyecto. Y cuando de su pareja se trató, fue todavía más listo. A los 17 años conoció a la mujer que lo sigue acompañando hasta el día de hoy, y con la cual ha logrado formar una bonita y sólida familia: tienen 5 hijos y once nietos. El hombre se casó con Fanny Gutiérrez, y como bien dice, entre ellos el amor es cada vez más grande y con tolerancia, caídas y subidas, siguen y seguirán juntos. Bien dice el dicho: detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y no se ofendan las mujeres: Fanny no está adelante, ni al costado, sino atrás, donde siempre está el poder real. Y es que la mayor influencia, la fuente de donde viene el equilibrio, siempre es invisible, siempre está atrás y ese no es ocupar el último lugar, sino más bien el primero. Es difícil para un hombre que maneja millones ser prudente y ubicar a su familia en el centro de su vida. Luis Carlos es así y ese mérito es de Fanny. Si el esposo es bueno, una buena esposa tiene el poder para hacer que caminen por horizontes inimaginables. 

El joven trabajaba y estudiaba. Pero siempre eligió trabajos que tengan que ver con su carrera y con la contabilidad. Consciente de que no había que esperar terminar la carrera para salir a la calle a comprobar o poner en práctica lo aprendido, pasó por diferentes empleos. Ya en cuarto año trabajaba en la firma Cuéllar Serrano Gómez como jefe de Construcciones, luego trabajó en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi y tenía bajo su responsabilidad la elaboración de los mapas del país, y antes de graduarse como ingeniero, cuando cursaba sexto año, fue contratado como ingeniero de campo en la firma Santiago Berrío y Cía. Dicen que el muchacho era muy hábil y rápidamente se hacía amigo de los maestros de obra, los ingenieros y con todo el personal , todo con tal de saber más sobre la construcción. 

A los 21 años, ya egresado de la universidad, había ganado una beca para seguir estudios de postgrado en la Universidad de Cornell, en norte américa, pero cuestiones económicas le impidieron viajar. Entonces decidió trabajar un par de años en la Berrío y Cía, ahorrar y marcharse a los EEUU para seguir los estudios. Dos años de trabajo es más que suficiente para que el hombre inteligente y resuelto sepa todo sobre la empresa en la que trabaja. Luis Carlos era de esos colaboradores de oro, era de aquellos que conocen tanto la empresa en la trabajan, que parecen los dueños: saben al revés y al derecho todos los movimientos. Se vuelven indispensables. El trabajo iba de maravilla, pero no había olvidado el sueño de ir al extranjero para seguir sus estudios. Entonces postuló para una beca en Harvard y aplicó. Pero cuando ya se disponía a viajar, el terrorismo, ese cáncer que tanto daño le ha hecho a Colombia, asesinó al dueño de la empresa, don Santiago Berrío. Los herederos de Santiago, que no tenían su vena empresarial, pidieron al joven que en honor a su padre, quien lo apreciaba mucho, los apoye haciéndose cargo de la liquidación de la organización. Aceptar implicaba abandonar nuevamente la posibilidad ir a los EEUU. Pero el joven demostró que la amistad es cuestión de honor, así que aceptó el reto y se olvidó de la beca. Parece que el destino se empeñaba en que el muchacho se quede en esa tierra alegre y generosa llamada Colombia. Entonces se quedó con la promesa de cumplir el trabajo y encontrar un nuevo horizonte. Sabía que todo revés trae consigo una oportunidad mayor. Cumplió el trabajo y a cambió recibió lo acordado: un pago de 10,000 pesos. Le embargaba la pena de haber perdido a su amigo, Don Santiago, y haber perdido también la beca. Pero de pena no se vive, había que seguir. Corría el año 1956 y ya tenía 23 años. Conversó con su esposa y resolvió que era tiempo de abrirse camino solo. “haré trabajos por mi cuenta”, se habría sentenciado. Y ahí empezó lo que es hoy un imperio que maneja empresas en casi todos los sectores de la economía. 

A los 23 años abrió su oficina y compró una Chevrolet modelo 56. Se contactó con dos amigos a quienes propondría trabajar juntos y se propuso encontrar contratos. Su rubro: la construcción. Sector rentable, pero que precisa capital. El muchacho estaba dispuesto a todo. Rápidamente advirtió que en las zonas de violencia nadie quería trabajar. Ahí la competencia no entraba. Entonces realizó lo que ya varios hombres de éxito empresarial han realizado: Llegar a los lugares donde otros no llegan. Medir el riesgo y estar dispuesto a correr la cancha. Tomaba los contratos que otros no aceptaban. No fue fácil, pero era la única forma de ir capitalizándose e ir adquiriendo la confianza del mercado. Así fue, así fue creciendo. 

El joven que tenía facilidad para los números, que nunca confundía los gastos personales con los gastos de la empresa y que hacía gala de disciplina para cumplir todas las normas que el mismo se fijaba, necesitaba de más capital para dar pasos mayores. Entonces, con sus cuentas en orden y un plan bastante realista pero prometedor, se presentó ante un funcionario del banco de los Andes para pedir un préstamo que, al cambio actual, sería de $4.000. Pero el ejecutivo fue amargo y directo: “No se preocupe joven, que el préstamo… oportunamente le será negado.” Tenía un mercado potencial, pero requería capital. El banco se negaba a financiar sus proyectos y eso le generaba un sin sabor. En verdad eso le molestaba. Y es que todos los que tienen el espíritu de libertad total buscan no depender de nadie. Luis Carlos dependía del banco y había que liberarse. Si no había financista, él mismo debía serlo. Entonces la conclusión fue sencilla: “Si los bancos no quieren trabajar conmigo, tengo que tener mi banco”. 

Tener un banco no es asunto sencillo. El negocio financiero, el negocio del dinero, es de los más rentables del mundo, y hacerse de un banco requiere capital, un plan certero y una oportunidad. No hay que empezar desde cero, se puede comprar uno. Sarmiento quería comprar un banco, ya había estudiado el negocio y además ya era un constructor ducho. Sabía que la construcción es cíclica, tiene una época de bonanza y luego una caída. Entonces hay que explorar nuevos horizontes. Pero mientras se espera el momento para dar el salto, el trabajo silencioso y paciente es la mejor apuesta. Nadie vendía un banco. Había que estar atento, encontrar el momento. Y así fue: el universo conspiró y de pronto, en 1972, las noticias no se hicieron esperar: El Banco de Occidente estaba al borde de la quiebra. El hombre rápidamente viajó a Cali – allí quedaban las oficinas principales y vivían la mayoría accionistas- a realizar su propuesta de compra y negociar. La espera estaba dando sus resultados: El hombre acertó. Ahora el Banco de Occidente era suyo. Dieciséis años después de haber fundado su pequeña empresa, con 39 años, tras un arduo esfuerzo, el tipo ya era un banquero. Con esa joya en mano ya era un jugador distinto: ahora tenía más peso. Pero el banco estaba en quiebra, había que sanar al enfermo, rescatarlo, de lo contrario era un pasivo, una carga, una mala inversión. Una vez más el genio empresarial del joven se impone y él lo explica con sus propias palabras: “La contabilidad aterriza a la gente. De lo contrario, la gente se hace muchas ilusiones. En donde más dinero he ganado, ¡mucho dinero!, ¡muchísimo!, es organizando empresas". Y acto seguido pone un ejemplo: “Si uno coge empresas con problemas cuyo valor comercial está muy deteriorado, como me pasó con el Banco de Occidente. Como estaba tan mal, compré las acciones por el 70 por ciento del valor nominal, lo organizamos y cuatro años después ese banco tenía un multiplicador de dos veces o dos veces y medio su valor en libros. Entonces comprarlo en el 70 por ciento y cuatro años después vale el 250 por ciento, ahí sí hay una utilidad grandísima y ese es un mérito de la contabilidad porque esa es una valorización real, no de mercado". Sencillo y categórico: Hay mucha ganancia organizando la empresa. Es posible sanar al enfermo, porque es la dirección, es el valor que agregue a su organización lo que la hace rentable. “No hay empresas malas, sino mal gestionadas”, advertía Peter Drucker. 

Una buena administración, abrir nuevos mercados, y un equipo comprometido, hicieron que rápidamente por cuestiones del horizonte empresarial el banco de Sarmiento absorba, apenas un tiempo después, al banco de los Andes, la entidad que antes se había negado a prestarle dinero. Ya tenía más poder. Hacía lo que hacen todos los titanes: estar atento al mercado para comprar empresas en quiebra y reestructurarlas. Dos años después creo Corfiandes, Corficolombiana. Ya en 1988 compró el Banco de Bogotá. A sus 55 años, Sarmiento ya se había convertido en el banquero más importante del país.

“Gozo enormemente del ejercicio de la ingeniería, me encanta hacer carreteras, obras públicas, pues eso es parte de lo que soy. Pero como negocio, me gusta mucho lo financiero, porque es estable, sólido, creciente. Vivo muy contento con esas dos aficiones, y como me va bien, pues las quiero más”, relata para una revista Colombiana desde su modesta y sobria oficina.


Hoy este guerrero empresarial, que empieza su día a las 6 y 30am haciendo ejercicios para luego ir a su oficina y salir de ella hasta no antes de las 9 de la noche, tiene cuatro bancos (Bogotá, Occidente, Villas y Popular), ha fusionado otros tantos que ha comprado (del Comercio, Aliadas, Unión y Ahorramás), tiene el fondo privado de pensiones más grande del país (Porvenir, que tiene el 30 por ciento de afiliados), una de las bancas de inversiones más poderosas (Corficolombiana) y compañías de seguros. A finales de los noventa creó el Grupo Aval, un holding que maneja todas sus inversiones, y que tiene participación activa y mayoritaria en más de 60 empresas de todos los sectores económicos, desde minería e infraestructura hasta agroindustria y hotelería. El pequeño que alguna vez dijo que cuando se es empleado es mejor ser un empleado soñador, hacer planes y decidir caminar solo, hoy es el constructor más grande del país, controla más del 30% de la banca, genera más de 60mil puestos de trabajo, paga el 3% del impuesto de renta del país y el 2% de los Bogotanos vive en una casa hecha por él. 


Haciendo eco a aquella máxima que legara al mundo empresarial el gran Carnegie, quien dijo que el hombre de negocios tiene dos etapas en su vida: una para amasar fortuna y otra para hacer obras de caridad, Sarmiento no duda en ayudar. Eso sí: cree que sus ayudas deben estar orientadas a la educación. Tiene su fundación y desde allí es padrino del programa de becas Colfuturo, programa que permite que miles de colombianos hagan estudios de posgrado en el extranjero. En 2008 realizó una donación por 18.000 millones de pesos para la construcción del edificio de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, el alma máter donde hizo sus estudios. Pero también hace otros aportes y así dan cuenta los medios: “LCSA ha realizado donaciones para el Hospital Universitario San Ignacio, la unidad de recién nacidos del Hospital Simón Bolívar y una sala de cirugías del Cardio Infantil a través de su Fundación. La más reciente donación fue la entrega de una ciudadela de 400 apartamentos para las familias damnificadas por la ola invernal. Y hace apenas unos años se embarcó en el Grameen Aval Colombia, un proyecto de banca para los más pobres ideado por Muhammad Yunus.”


Luis Carlos ya llega a las ocho décadas, pero sigue imparable. Es un hombre de familia y un creyente. Su hermano es un conocido Obispo de la Iglesia Católica y a través del él también hace importantes apoyos. Todos los días ojea los diarios y las revistas, selecciona las noticias de su interés y las lee detenidamente. “Hay que estar al tanto de lo que pasa, sondear, conocer lo que otros piensan. Eso sirve para proyectarse, sacar ideas”. 

Una periodista le pregunta por sus amigos. 

¿Cuántos amigos tiene Don Luis?, le consulta

“Los cuento con mis dedos”.- responde, y agrega: “Cuando ya tienes dinero todo el mundo quiere ser tu amigo. Por eso creo que los amigos verdaderos se hacen en la juventud, que en mi caso es cuando no tenía nada.” 

En la vida de un millonario no todo es color rosa. No hay millonario que no sea criticado. No hay millonario al que no le interpongan una denuncia. No es extraño que al hombre de empresa que logra sobresalir imponiendo su talento y su esfuerzo, incluso se le acuse de ladrón y hasta de asesino. Pero cuando el dinero es bien ganado, nada de eso importa. Es la conciencia lo que manda, y Luis Carlos lo sabe. Es posible que en el trayecto haya algún accionar que parezca injusto, que sea duro y despierte la crítica, pero eso no disminuye el carácter, la fuerza, la valía y la enorme contribución que hacen los hombres de empresa. “El dinero es una cosa en la que no se puede confiar. Es importante, pero no pretendo que se me reconozca por el dinero, sino por las contribuciones que he hecho, por lo que he aportado al país”, sostiene este maestro Colombiano. 

Le preguntan si siente que el no haber ido a los EEUU a estudiar le genera sentimientos encontrados, y rápidamente responde que “tal vez eso le hubiese hecho más fácil el camino, pero que no hace falta ir a Harvard para ser un buen administrador”. Contesta y mira su escritorio en silencio, como quien revelara que en su caso hacerse rico es el resultado de haber pagado el módico precio de nada más y nada menos que más de medio siglo de esfuerzo. No se hizo rico de la noche a la mañana, sino que la luchó y en su afán de permanente crecimiento llega a donde sigue llegando. 

El hombre tiene olfato para los negocios. El magnate ya preparó a su hijo, Luis Carlos Jr, quien tiene el reto de llevar el grupo aún más lejos. Ya tiene sucesor, pero sigue trabajando ¿Qué tanto puede hacer en su oficina un tipo que lo tiene todo, que está rodeado de buenos gerentes? “Yo llevo mis años pero todavía dirijo, me gusta dirigir, orientar. Me gusta fijar los horizontes, trazar el camino, comparar opciones. Y también me gusta que los problemas grandes me los dejen a mí. Me gusta ser un bombero que apaga incendios”, comenta para las ondas de radio Caracol. 

El titán de la construcción y de la banca no vacila cuando de reconocer a su gente se trata. Señala que valora la experiencia de la gente y que para exigir resultados hay que pagar bien. Sabe que a la gente no se le puede exigir mucho, si no se le paga bien. Ofrecer buenos sueldos da derecho a esperar buenos resultados. Y cuando de inversiones hablamos, inmediatamente toma la palabra: “Cuando uno va a invertir no hay que pensar tanto en cuánto se va a ganar, sino más bien en calcular cuánto se podría perder”. Esa es su filosofía. Cree mucho en los análisis técnicos. Sabe lo que ya muchos han experimentado: la emoción, la ilusión, es buena para el arranque, pero cuidado que te puede cegar. Nada de emocionarse. La ilusión está bien un momento, pero hay que saber escuchar el análisis técnico, comprender los números para manejarlos, porque de lo contrario se corre el riesgo de pisar en falso. La realidad y las cifras siempre se imponen. 

El hombre no es de poses, ni de frases rebuscadas, es sencillo. Prefiere el perfil bajo. No le gusta que le digan que es el más rico de Colombia. Le preocupa su país y cree que es deber de los empresarios hablar de la situación cuando el momento así lo exige. El mismo da cuenta que ha tenido contacto con casi todos los presidentes de su país, quienes siempre le han pedido consejo. 

Aunque parco, de palabras precisas, le brillan los ojos cuando habla de negocios y siempre que puede suelta consejos, que en su caso son verdaderas perlas. Como cuando se animó a aconsejar a los emprendedores de la construcción: “este negocio requiere de políticas contra cíclicas. Esto simplemente nos indica que en época de bonanza nos debemos preparar para las crisis. Y en las crisis nos debemos apoyar en las reservas que se hicieron oportunamente para no tener que castigar los resultados en momentos realmente inadecuados. La gran lección para todos los empresarios de la construcción, incluido yo, es que hay que ser muy cuidadosos en cuanto a las ventas, debemos asegurarnos de pre vender los proyectos para que si cambian los momentos económicos no nos veamos afectados por la crisis”. Y sentencia: “Vender para construir, y no construir para vender”.

Así es Luis Carlos Sarmiento Angulo, quien entre sus propiedades tiene un verdadero paraíso privado: la isla Eleuthera, en las Bahamas, con un pequeño hotel y una cancha de golf. Unas cuatro o cinco veces al año llega allá en su avión privado (un Gulfstream 550) con su familia. Según su esposa, Fanny, disfruta como un niño de sus paradisíacas playas montando en su cuatrimoto, vestido en shorts y sin escoltas, 

El emprendedor de la construcción que se volvió líder del sector financiero dice que el liderazgo que debe tener el dueño de una empresa no es tanto que debe pensar lo correcto, sino que debe adelantarse a las circunstancias. Debe preverlas. “En mi caso no es que yo pueda pensar mucho más que los demás, tal vez un poquito y en algunas cosas. Pero lo que sí tengo que pensar es antes. Y cuando deje de hacerlo, habré perdido mi liderazgo”. Y es que se tiene que ser ágil y certero en señalar el norte. Y remata con algo que ya en parte hemos dicho anteriormente: “Muchos creen que hacer empresa es tener una idea y salir a buscar quién la apoye. O más bien buscarle financiación y echarla a andar, eso no es todo. Eso se dice fácil, pero en la práctica se requieren organización, rigurosidad, constancia, conocimiento, buena administración, buena contabilidad... analizar antes de actuar. No basarse en ilusiones sino en cifras”.

Hace poco se publicó un extenso libro titulado “50 años de progreso” en honor a su trayectoria. Y diferentes medios lo entrevistaron. En una de esas entrevistas dijo algo que todos los empresarios bien deben leer y aplicar: “En primer lugar, dejemos claro que uno funda empresas para ganar plata. Es que aquí ese concepto se distorsiona y a la gente le da pena decirlo. Específica y únicamente es para ganar plata. Decir lo contrario es fariseísmo. Pero cuando a uno le va bien en los negocios, la tranquilidad económica se consigue relativamente rápido y la pregunta más bien es ¿y por qué sigo? Y la respuesta es que uno sigue porque esto lo arrolla. Ahí empieza uno a sentir a su país de verdad. A ver que esas casas que hace baratas le resuelven el problema de vivienda a mucha gente. A ver que los impuestos que uno paga producen bienestar para el resto. A ver que uno puede ayudar en muchas cosas. Eso es casi un placer. Uno puede tener un carro, y si es muy rico, dos, y si es un extravagante, 10. Pero... ¿y después qué hace, ¿dónde los guarda?, ¿para qué le sirven? Esas necesidades humanas son finitas"

Ese es el dueño del grupo Aval, gigante de Latinoamérica, hombre de empresa, ejemplo para los que desean amasar fortuna limpiamente.




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